Casarse en tiempos del Mundial
Este fin de semana estuvo lleno de contrastes. Apenas el sábado se casaron en Morelia dos de nuestros mejores amigos. A él lo conozco desde la infancia, así de añeja y transparente es nuestra amistad. Con ella no es diferente, puedo decir que también la vi crecer después de cerca de diez años de conocernos; aquella chava temerosa que se aventó venir al gran circo que es esta ciudad, es hoy una mujer plena y encantadora.
El cariño que siento por ambos es enorme.
Y así de enorme fue su fiesta. Todos pensamos que la lluvia arruinaría la celebración, a juzgar por las cubetadas de agua que nos cayeron en la carretera, prácticamente durante todo el camino. Pero nos equivocamos. Ese día nos favoreció con un sol resplandeciendo en cada una de las esquinas del jardín. La ceremonia fue íntima y calurosa. Fotos y abrazos, eran sonrisas por todos lados, magnificadas después por el sabor de la cuidadosa selección de platillos michoacanos que llenaron nuestras mesas y, claro, nuestras barrigas. A pesar de que fluyó mucho alcohol, todos lo mantuvieron en el punto exacto para que no terminara en la impertinencia, exceptuando el hecho de que terminamos cantando a grito pelado, como si fuera el Himno Nacional, los éxitos de Kabah, OV7, Jeans y Litzy. Estábamos felices así, desinhibidos. El gozo fue total en todos los sentidos, tanto para los novios como para todos los invitados.
Con esa felicidad a cuestas nos fuimos a dormir pasada la media noche.
Al otro día, los novios tuvieron la amabilidad de conseguir un espacio (un bar, pues) para que todos nosotros, sus amigos exiliados futboleros, pudiéramos recalar un par de horas, o tres si las cosas se complicaban con los malditos penales. Con la misma amabilidad colocaron carnitas en el centro de las mesas y todos fuimos uniformados con la camiseta verde de nuestro equipo.
Había un sentido de pertenencia y confianza en esta Selección.
La victoria era más que esperada, era ya un hecho para muchos. Algunos hablaban del calor jugando a nuestro favor, pero otros pensábamos en que este equipo tenía algo diferente en comparación con el de otros mundiales. Se les veía mucho más confiados en lo que hacían y en lo que eran capaces de hacer. Creíamos que ya habían vencido ese miedo de siempre después de la medalla conseguida en Londres; la medalla que ahora nos sabe a chocolate. No sé si nos equivocamos, lo cierto es que después de el gol de mago que nos regaló dos Santos, el equipo se volcó atrás, olvidándose de sus principios: "se asustó de su propio poderío y se refugió en su área como en el regazo materno", dice Juan Villoro con suma razón. Finalmente, a uno se le pasa el tiempo –por no decir, la vida– viendo cómo en cada Mundial no nos llega ese brinco de calidad tan esperado... siempre se nos va de las manos en la última hora, en el minuto certero, en el "ya merito". Hoy, lunes, ya hablamos de las promesas que nos esperan para el Mundial de 2018: son chicos que apenas sobrepasan los veinte años.
Lo más triste es que cuando dieron el pitazo final, después de los 8 minutos más largos y desesperantes de nuestras vidas, volteé a ver a mi alrededor y todos, los mismos con los que disfrutamos la noche anterior, tenían la cara desencajada y la vista perdida en la tele o en el fondo de las botellas de cerveza ("Yo no estoy triste, a mí qué, a mí me gusta el americano", me dijo uno de ellos en su negación). Supongo que esa era también mi propia imagen. Cómo es el futbol, cómo nos cambia tanto. De pronto, vinieron a mi recuerdo esos mismos rostros de hace 20 años (¿dije 20 años?), de la gente que conozco desde entonces, lamentándose con Jorge Campos tirado con la cara sumida en el pasto. Nadie lo podía creer, a nadie le gusta ver la película con el mismo triste final un sinnúmero de veces: el mito del eterno retorno en su apogeo.
Así que de inmediato tomamos las llaves del auto, nos despedimos con cierta premura, y emprendimos la huida sin saber qué decirnos. Estoy seguro que si hubiéramos tenido una victoria que contar, la fiesta del día anterior habría encontrado su exacta réplica dominguera. En vez de eso, como síntoma de la derrota, decidimos anticipar nuestra vuelta a casa, así como lo acababa de hacer esta Selección: el equipo que siempre nos arranca un "nunca habían jugado así", hasta que llega el próximo Mundial y se nos va en un suspiro.
Notas del final:
1. Sin que sea excusa, Robben se tiró un clavado para que le otorgaran un penal. Hagamos memoria y también en el Mundial pasado Argentina abrió el marcador con un gol en claro fuera de lugar. Parece que en octavos de final también jugamos contra el árbitro.
2. Este equipo sí tenía algo diferente, más allá de la energía del Piojo… dos jugadores están actualmente inactivos por fractura: ambos se lesionaron jugando para la Selección.
3. Ya sé qué se sentiría irle al Cruz Azul.
4. Las promesas para el futuro, jugadores de mi Pachuca: Jurgen Damm, Miguel Herrera Equihua, Rodolfo Pizarro y Marco Bueno. Sin olvidar a Héctor Herrera que va a llegar en plenitud.